miércoles, 11 de octubre de 2017







LA PRIMAVERA DE LA NOCHE DE RICARDO BELLVESER
MORALES LOMAS
Presidente de la Asociación Andaluza
de Escritores y Críticos Literarios

Martin Heidegger estuvo muy acertado cuando tituló su obra máxima Tiempo y ser, uno de los monumentos a la reflexión en el siglo XX. Nos movemos en esos parámetros que al fin y al cabo son el mismo. Nuestra esencia solo es reconocible en nuestra existencia, en el estar ahí (Dasein) de Heidegger y en la dimensión que alcanza el título nerudiano: Confieso que he vivido.
Ricardo Bellveser en este emocional libro, La primavera de la noche (Calambur, 2016), confiesa que ha vivido y su esencia se revela en los veintidós ámbitos para la reflexión por su vida que conforman estas unidades de un objeto poético concreto que son los poemas: la afirmación de un momento vital para celebrarlo. Un vuelo de celebración que se encarama al tiempo y sus pesos, sus memorias y sus grandes verdades pero también su futuro: “Frágil e indefenso sospecho el final”. El poeta se declara y consiente en defender la existencia desde la ponderación y las sensatez de haber cumplido años, pero también desde la sinceridad consigo mismo. Afirmando el principio de placer del que hablaba el mexicano José Emilio Pacheco.
En la lírica de Bellveser hay una arquitectura interiorizada sobre lo que ha sido el tiempo vivido pero también lo que resta, y habiendo sido consciente de un bagaje aprehendido y de espacios para la desolación quiere imprimir sus años de “vida” y evitar el desasosiego y la decrepitud, aunque pueda surgir por momentos. Es una oda a la esperanza muy loable y confiada que nos habla de la gratitud ante la existencia.
En este recorrido por el ser, lo que fue ocupa un espacio necesario, aquellos “días azules” que tan a Antonio Machado nos llegan. Pero este hecho no impide que en este confesional libro, directo, sincero y cuidadoso con los excesos, se olvide de lo perecedero, se niegue la destrucción progresiva del ser. Es muy consciente de ello y que “los años corren tras su monotonía” evitando ese discurso del que la melancolía podría adueñarse en otra situación. La memoria de los caídos está ahí (“Cada gota de lluvia me trae el recuerdo/ de un muerto mío y ella misma es la muerte”).  También existe un ámbito para la tribulación, como en el poema “Mis amigos habitarán mis silencios”, donde trata de conformar al silencio como horma para ese desencuentro y, con ironía elegante, desoye esos sarcasmos que se bebe, como si el silencio habitara un espacio para la temeridad de una vida. 
Es un recorrido vital también por la infancia y la adolescencia sin tratar de ajustar cuentas pero sí mostrando sus afanes y búsquedas, su crecimiento personal que, en ocasiones sufre conmociones: “La realidad/ siempre se imponía y lo arruinaba todo”. Pero en ese recorrido por el mundo, por los demás, descubre que siempre hay que mirar dentro de uno mismo. Porque en ese yo se oculta siempre el discurso de la verdad con la intertextualidad de San Juan de la Cruz como guía: “Quién me iba a decir que dentro de mí/ iba a dar a la caza alcance”.
Ricardo Bellveser ha querido contarnos su aprendizaje en el mundo y adentrarse en la palabra pero también en la música, como liberación, como en el poema “Réquiem”, en homenaje a Mozart, que le sirve para descubrirnos su sentido de la existencia, que es siempre un canto gozoso y del que escucha siempre ese interior al que aludíamos antes: “Escucho en mi interior/ a aquel personaje que me habitó/ y se volvió invisible con la caída/ de los granos de arena tras el cristal”.
El amor no podría dejar de ser un espacio necesario para adentrarse también dentro del poeta y conmocionarnos con una sincera definición de lo que fue, de lo que es, de lo que ha sido, tan “ritual de esfuerzos” como “tenaz e incansable” en sus encuentros y afectos. Como si la consunción no fuera nada significativo y la intensidad perviviera como algo que “no se nos consume”, como algo que lucha por aparecer y sigue naciendo “tras la curva de sus hombros/ desnudos”.
El tiempo para el desasosiego inaugura la segunda parte, donde la experiencia de lo vivido y la fotografía en movimiento habita el poema plagado de regresos y habitaciones que se van abriendo para airearse y descubrir sacudidas como el olor a leña o la habitación donde el recuerdo nos llena de seres queridos (Gil-Albert, Gaos, Grande, García Berlanga…): “Hablo con ellos después de que la muerte/ entrara en sus casas”.  Pero siempre son amados muertos que nacen para alegrar una vida plena que encuentra en estos versos la densidad de lo visible y lo invisible pero reflexionado y sentido desde la experiencia vital que puede consentir con la nostalgia.
Pero como Heidegger, Ricardo Bellveser sabe que el tiempo es ser y esencia. Es el Dasein, el estar ahí. Por ello pide tiempo para seguir siendo, para seguir estando ahí, “el tiempo que no existe”, aunque lucha por adentrarse en él una y otra vez evitando lo perecedero y adueñándose de esa luz que espera, como palabras que acechan y también como caminos que se abren, aunque sea consciente de que todo conduce “hacia la sombra” pero al fin y al cabo también “la sombra es una forma de belleza/ porque la sombra es luz, o es su ausencia,/ o es la no luz, pero luz detrás de todo”.
En el último poema “Final anancástico” oficia una conclusión emotiva y envolvente donde revela que el desengaño de la existencia no lo ha derrotado y en su lucha siempre ha deseado la búsqueda de la perfección en un mundo limitado, imperfecto. En él siempre hubo convicciones, un principio ético que todo lo envuelve sin dejar nada al azar y se corresponde también con la presencia del los suyos pero afirmando con rotundidad su esencia: “Mi existencia es totalmente mía”.

Libro entusiasta y conmovedor, sincero, inteligente y comedido, donde existe primavera en la noche y el sosiego permite adentrarnos y reconocer lo que somos, lo que fuimos y lo que seguimos siendo.

MORALES LOMAS Y RICARDO BELLVESER EN EL ATENEO DE VALENCIA, MAYO 2017

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