domingo, 23 de marzo de 2014

ALBERT CAMUS EN EL CENTENARIO POR F. MORALES LOMAS

Aunque con unos meses de retraso, les hago partícipes de mi reflexión sobre la obra EL EXTRANJERO del genial escritor francés Albert Camus


REENCUENTRO CON CAMUS 
Y SU EXTRANJERO

F. MORALES LOMAS




El extranjero es una de las obras clásicas de la literatura universal y un símbolo del existencialismo del periodo de entreguerras, considerado por el diario Le monde como uno de los cien libros del siglo XX. Objeto de comentarios en todo el mundo, al cabo de setenta y dos años de su publicación tiene plena vigencia por cuanto encierra una concepción del mundo que ha perdurado.
El protagonista Mersault es un ser ordinario que lleva una vida anodina como cualquiera de nosotros. Tiene su trabajo y sus afectos. Una persona aparentemente normal y corriente que acude a enterrar a su anciana madre fallecida en un asilo. Pero un acto nacido de la contingencia y la fatalidad, inusual y bastante gratuito (el encuentro con los árabes y el asesinato de uno de ellos) rompe una “armonía” cotidiana, una singularidad presente en cualquier ser humano de su contorno que nos introduce en los entresijos de su propios conceptos vitales y de la sociedad en su conjunto. El juicio esperpéntico y el encarcelamiento nos irán revelando el sentido de su existencia y los cánones que nos gobiernan. Un mundo absurdo que se vuelve contra nosotros y nuestras creencias y que nos obliga a ir en una determinada dirección. La ausencia de libertad es una garantía de que el sistema te protege. 
En esas circunstancias, llegamos al convencimiento y al conocimiento de que para Mersault la vida no tiene ningún sentido. No vale la pena vivirla. Se presenta de modo agónico su apatía ante el mundo y muestra una aceptación de su condena y de su muerte. No se rebela, como hacen otros, cuando la muerte la hallan cercana. La inexistencia de rebelión, produce en su desarrollo como individuo y personaje un síntoma de antiheroicidad que contrasta con la que otros héroes pueden tener en estas circunstancias. 
Aunque Mersault no se considera muy diferente a los demás puesto que su noción de la existencia no está individualizada, no es la concepción vital de Mersault, sino que es la visión social que pervive en el momento o al menos de la que él se hace partícipe en el relato: “Mais tout le monde sait que la vie ne vaut pas la peine d´être vécue”. Es consciente de que no es que para él la vida no vale la pena vivirla sino para todo el mundo, todo el mundo lo sabe. Esta universalización del sentimiento ante la existencia permite tomar a Mersault como símbolo de una época. No es algo que nazca de un pensamiento pesimista de Mersault sino que recorre la geografía humana, está ahí presente en todos, en el día a día. Importa poco el morir a los treinta o a los setenta pues habrá hombres y mujeres que vivirán a lo largo de los años, dirá Mersault.
Esta percepción de la inutilidad de la existencia, sin embargo, no tiene un sentido trágico en el personaje sino que se percibe como algo normalizado. No hay dificultades en admitir la muerte como un hecho cierto y tan estereotipado que su existencia no cause espanto alguno. Un último estertor podría ser los sentimientos religiosos, pero su ateísmo se evidencia en el diálogo con el capellán que acude a la cárcel. 
Cuando el capellán acude a la prisión para “conquistar” inútilmente su alma, comprendemos que Dios para él no tiene ninguna vigencia, que no significa nada. De hecho momentos antes, ya había sido condenado por esta ausencia de Dios por el juez que lo llama amistosamente el Anticristo, más pendiente de su actitud ante la existencia que en juzgar el delito cometido. 
El cura no entiende que pueda uno tener ese sosiego de ánimo cuando no existe nada a lo que aferrarse en la vida. Su tranquilidad de ánimo le revela un ser extraño. Su respuesta serena ante la muerte exaspera al cura que no entiende ante quién se encuentra. Este le pregunta: « N´avez-vous donc aucun espoir et vivez-vous avec la pensée que vous allez mourir tout entier ? ». Su respuesta no admite duda: Sí. No necesita de la esperanza. No tiene nada que esperar. Sabe que ya está condenado. La existencia tiene un límite marcado y lo acepta con serenidad. La fortaleza del condenado es más grande que la del creyente ante el enigma de la muerte.
Tampoco existe en él ninguna concepción del pecado. No es consciente de ello. El cura trata de convencerlo de su error y de que en el fondo de su corazón sabe que los más miserables de entre los hombres han visto salir de su oscuridad un rostro divino. Pero la existencia de Mersault no depende de dios alguno, ni siquiera de la otra vida anunciada por su interlocutor y, si en algún caso ha llegado a desear otra vida mejor, afirma sarcásticamente que es un deseo inútil al que no le ha dado importancia pues significa tanto como desear el ser rico o el nadar más aprisa.  La intensidad que el cura pone en su conversión le hace estallar finalmente a Mersault e insultarlo cruelmente. Lo coge por el cuello de la sotana y le increpa que es el cura quien no estaba seguro de estar viviendo realmente puesto que vivía como un muerto frente a él que estaba seguro de sí y de su existencia y de su muerte: “Moi, j´avais l´air d´avoir les mains vides. Mais j´étais sûr de moi, sûr de tout, sûr de ma vie y de cette mort qui allait venir”. 
La transformación del personaje desde el principio es absoluta desde la frontera que crean las dos partes de la obra (la primera, dividida en seis capítulos, y la segunda, en cinco). Hay una profunda metamorfosis que nos anuncia la fortaleza que puede tener la cercana presencia de la muerte en la conformación de un espíritu insubstancial. 
Mersault al inicio  es un hombre sin ambición, sin atributos, que le da igual casarse o no con la mujer (Marie) con la que mantiene una relación sentimental y a la que no ama, que actúa como un buen amigo de sus amigos y los ayuda en lo que puede, que cumple su trabajo con atención e interés y que ha llevado a su madre a un asilo porque veía que era lo mejor para ella. Si bien es verdad que existía distanciamiento entre ambos y no ha sentido una gran pena con su muerte (algo que la sociedad le recrimina, algo de lo que la sociedad le acusa). Un hombre que realiza una vida anodina, que contempla el mundo desde su balcón o va a nadar un día a la playa o realiza alguna excursión con sus amigos. 
Este hombre se transforma cuando se siente acosado por la sociedad que, en lugar de juzgarlo por el crimen cometido, lo está juzgando moralmente por no atender a los valores vigentes socialmente en cuanto a su comportamiento como individuo en el trato con su madre… 
En un momento determinado dirá el personaje que ya ha sido condenado por la sociedad ante su actuación normalizada tras la muerte de su madre, en el sentido de que fuma o duerme o toma café con leche: “Il a dit que je n´avais pas voulu voir maman, que j´avais fumé, que j´avais dormi et que j´avais pris du café au lait. J´ai senti alors quelque chose que soulevait toute la salle e, pour la première fois, j´ai compris que j´étais coupable”. 
Y esa sensación de ser acusado y condenado antes de tiempo por algo que forma parte del ideario social permite a su abogado en el juicio formular una pregunta que causa la hilaridad del público: “Enfin, est-il accusé d´avoir enterré sa mère ou d´avoir tué un homme?” Y es que se habla en el juicio más de él, de su conducta, que de su propio crimen. 
A Mersault se le condena antes de juzgarlo por su falta de reacción, por no seguir los paradigmas sociales al uso, por su insensibilidad y por su inercia. Todo ello una acusación de enajenamiento, de frialdad (un hombre sin alma, dirá el abogado), de un hombre que conoce bien lo que hace y que sabe el sentido de sus palabras. Incluso llega a sorprenderse Mersault cuando el juez lo llama inteligente y emplea este concepto también como algo negativo en su conducta. No comprende cómo las virtudes de un hombre pueden tergiversarse y acabar convirtiéndose en elementos de culpabilidad.
De hecho, toda la segunda parte del libro lo que trata es de adentrarnos en esa visión transformada, en esa metamorfosis del personaje, pero también en el acoso y el perfil que adopta la sociedad en su demanda de una justicia errática y parcial. 
La intensidad del relato va creciendo a medida que el acoso y derribo se perfila como un instrumento para devolver a la sociedad un equilibrio perdido con la actuación de uno de sus personajes más estándares. 
Lo primero de lo que lo acusan es de su parálisis, de su extraño comportamiento (extraño ante lo que son los cánones sociales) tras el fallecimiento de su madre. Un argumento terrible para su acusación de asesinato. Pero él declara que amaba a su madre y no necesitaba dar explicaciones al respecto. Mersault aspira a no hacer público lo que forma parte de un ámbito privado, a pesar de que ello pueda conllevar un principio de acusación. Y cuando es sincero y dice sencillamente que hubiera preferido que su madre no muriera, su abogado le dice que “Ceci n´est pas assez”. Esta insuficiencia de las respuestas de Mersault ante lo que espera la sociedad es un principio de su condena. Pero él no se considera nada exclusivo. No es consciente de su especialidad como individuo, muy al contrario, en ese afán de presentarse como una persona estereotipada y corriente dirá: “J´étais comme toute le monde, absolument comme tout le monde”. Incluso cuando en otro momento se le pregunta si amaba a su madre, dirá: “Oui, comme tout le monde”. 
Pero es consciente de que no servirá de nada lo que diga, pues ya ha sido condenado por la sociedad antes de ser juzgado, y su recurso será a la pereza como respuesta: « Il a déclaré que je n´avais rien à faire avec une société dont je méconnaisais les règles le plus essentielles et que je ne pouvais pas en appeler à ce coeur humain dont j´ignorais les réactions élementaires. » Y por ese motivo demandan la cabeza de Mersault.
En ese interrogatorio del juez, hay un elemento simbólico que permite adentrarnos en otra de las ideas que sostiene Camus sobre la existencia: el concepto de fragilidad de la misma. Cómo el azar o un día de sol extraordinario pueden hacerla cambiar para el ser más trivial y anodino: “Raymond a dit que ma présence à la plage était le résultat d´un Hazard”. A lo largo de la obra existen constantes referencias a ese sol terrible como causa de su actuación. Cuando el juez le pregunta por qué ha esperado entre el primer y el segundo disparo, Mersault responde: “J´ai revi la plage rouge et j´ai senti su mon front la brûlure du soleil”. Y en otro momento dirá que el brillo del sol, la imposibilidad de soportarlo, hizo que realizara un movimiento hacia delante, el árabe le sacó el cuchillo y el sol se reflejó en él. En ese momento el sudor corrió y sus ojos se quedaron ciegos, no sintiendo más que ese sol sobre su rostro y su cuerpo y el cuchillo que brillaba frente a él… Ha sido el momento en que cogió el revólver y disparó. Ha comprendido en ese mismo instante que había destruido « l´équilibre du jour, le silence exceptionnel d´une plage où j´avais été hereux.» Ruptura del equilibrio del día cuyo detonante ha sido él. No se le juzga por un asesinato sino pore sa ruptura del orden instituido, de ese equilibrio del día. El sol, el calor, se conforman, pues, como símbolos evidentes de un proceso irreversible, acaso como piezas que la  fatalidad ha puesto ahí para contribuir a la ruptura de ese orden. La naturaleza como aliada del azar en la metamorfosis de la existencia: « Toute cette chaleur s´appuyait sur moi et s´opposait à mon avance.» 
Y lejos de considerar la cárcel como un encierro, afirma que cualquiera que hubiera vivido un solo día podría acostumbrarse a vivir en la cárcel perfectamente durante cien años, pues el sentido del tiempo se disipa y adquiere un valor claramente individual y personal. 
Su discurso final abunda en la indolencia y la apatía ante la existencia, el vacío ante la esperanza, a pesar de que se había sentido en determinados momentos feliz en la vida e incluso en ese momento, aun a sabiendas de que le esperaba la horca, pero para que todo fuera consumado y para que se sintiera menos solo, quedaba desear que hubiera muchos espectadores que el día de su ejecución lo acogieran con gritos de odio. Ese orden social que reacciona y se resiste a ser cambiado.

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