miércoles, 27 de junio de 2012

LA MIRADA SECUESTRADA DE EUGENIO MAQUEDA POR MORALES LOMAS



  
 Hemos retenido la mirada. Una de las acepciones de mirar es también pensar, juzgar, atender… Casi todas están presentes en este libro (XXVII Premio Esquío de Poesía) que nos reconduce a nuestros propios fronteras estableciendo causas y procesos de esa conquista del cristal roto que forma o crea esa mirada secuestrada. Hay una percepción en nosotros que nos restringe, que nos circunscribe y condiciona en un ámbito frente a una realidad mucho más generosa, rica, abigarrada y plural. Pero existe en todos nosotros como esa condición para ser más mundo y salir del propio laberinto. 
El segundo apartado de la segunda parte lo titula en consecuencia El secuestro de la mirada. Pero, ¿qué es la mirada? En el Libro de los no abrazos de Eduardo Galeano, el hijo increpa al padre: “Ayúdame a mirar”. Así acaece cuando Santiago Kovadloff lleva a su hijo al mar y queda estupefacto ante la magnitud del espectáculo. El hijo pide ayuda, necesita saber la verdad de aquel majestuoso panorama que están contemplando sus ojos. Necesita mirar, pero necesita saber mirar, porque la mirada es la verdad. Ver es fácil, es un fenómeno biológico. Mirar, en cambio, en también un ejercicio del raciocinio, requiere atención, experiencia, o sea, tiempo. Y, sobre todo, requiere un ejercicio de búsqueda verdadero. Educar la mirada es una habilidad necesaria para construir interpretaciones más ricas de la realidad. Dejarnos llevar es ver. Profundizar en el magma de las cosas es un ejercicio de retórica que nos hace más humanos y mejores. Y Gracián sabía que en la detención de la mirada, en su demora, en su dilación consciente… hay un principio de sabiduría. Somos lo que somos capaces de mirar en profundidad. Nuestros límites nacen de nuestras carencias pero son forjas que nos cercenan a un objeto como seres humanos, acaso peligrosas sombras que empañan todo lo que ven. 
           Hay un ejercicio, una retórica de la mirada y la no mirada en esta obra. Del ejercicio de la contemplación como indumentaria para la existencia. Así los cuadros cambian de colores aunque no lo aparenten y la esencia del ser persiste en su mirada. Por eso dice el poeta: “Soy todo lo que no he mirado aún./ También lo que dejé un día aparte,/ porque lo no mirado forma el límite/ que traza lo que soy./ Mi mirada por otras secuestrada,/ por otras que, a su vez, también lo fueron…” Nuestro laberinto está formado de nuestras percepciones y la mirada de otros nos ayuda a aclarar nuestra propia esencia como individuos que se sugestionan a veces con le miroir brisé. Hay muchas perspectivas, muchos lados que mirar y la esencia está en esa profundidad que puede adquirir lo transparente cuando descubrimos que lo consabido era falso porque estaba circunscrito.

   Eugenio Maqueda
En este laberinto de la mirada penetra Maqueda Cuenca en un poemario muy estructurado en dos grandes apartados (En Diacronía, En Sincronía) que, a su vez, se estructuran en otros apartados precedidos por una reflexión poemática de Chantal Maillard muy al hilo de su simbólico título: “La mirada, la conciencia/ cuando es mirada pura, no tiene peso.” Para después indagar en los límites propios y en la ceguera como testigo. Hay un comienzo de esa mirada iniciática de la humanidad en el poema prologal que desde el erotismo y, a partir de ese primitivismo consustancial, crea la imagen que proyecta ese ser primigenio que se hace preguntas y teme. Porque existe el temor de estar vivos y no solo el temor a perder la existencia. Las preguntas nos permiten entrar en nuestro propio laberinto que, en cierto modo, es la introducción en el conocimiento y sus antítesis. Y como un cruzado, o como un macho complacido, iniciamos esa andadura iniciática. Indagamos en la felicidad, en sus mitos, en la ironía de la existencia, jugando con las palabras, su simbología, sus paralelismos de puertas adentro, de familia, de hijos… Nuestra mirada puede retener ese paso por la existencia, esa cotidianidad conquistada, pero también hay un presidio que nos conduce al miedo y las preguntas se suceden porque acaso conocemos sus límites. Y siempre la vida, también tan al límite y la infancia que vuelve para ir construyendo el niño que fuimos y acaso seguimos siendo: “Y yo soy otra luz/agarrando la mano de mi padre,/ y también hago ruido/ porque río como un tranvía nuevo”. Es otra forma de mirar: la mirada hacia atrás, la mirada falsa de una felicidad de otra época. 
          Pero esto es la historia, es un proceso diacrónico que queda siempre fijo en la memoria. Existen otros límites, otras vendas, quizá con sus playas y sus muertos a la deriva. El padre que se resiste o no, el padre que aparta la mirada para huir. Y el erotismo, el amor, como esencias (también límites imprecisos) como dirá en uno de los poemas, la percepción de esa búsqueda en el otro, en sus propias huellas, en su cuerpo: “Están abrazados,/ furiosamente abrazados,/ cuando un disparo de mortero/ los une para siempre”. 
          Maqueda Cuenca ha creado también sus propios límites temáticos en los grandes argumentos de la humanidad que bajo el valleinclanesco (Retrato del amor, la lujuria y la muerte) preside simbólicamente el subtítulo del poemario y su esencia. Son palabras que en el poema permiten contar historias fragmentarias que nos identifican con momentos de nuestra existencia y nos permiten introducirnos casi inconscientemente en nuestro propio laberinto vital muchas veces fabricados de miradas vencidas, miradas rotas, miradas parciales. La búsqueda de la verdad es la opción ante el secuestro de la mirada.
         



         

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