domingo, 4 de octubre de 2009

HAIKUS DOMÉSTICOS DE J. M. MESA TORÉ POR F. MORALES LOMAS

Lo pequeño nos alimenta. Yo diría que nuestra propia fragilidad, nuestra nadería nos alimenta. Somos tan grandes como nuestra propia sombra. ¿Dónde “seré” en cinco mil millones de años? Tan importante como el silencio, o casi. Son los haikus domésticos de José Antonio Mesa Toré, alimento a mitad de caballo entre el silencio y la profundidad del tiempo, su paso, su filosofía de escenario para una puesta en escena, una imagen.
También lo son, imágenes, imágenes a medio componer, imágenes que se sostienen sobre el pespunte de las palabras. Casi imágenes. Pero, al fin y al cabo completas. Y complementarias. Complementarias de nosotros mismos. Porque en esos Aburrimientos (Antigua Imprenta Sur, Málaga, 2009) de Mesa Toré está Mesa Toré, sus espacios, su tiempo, su existencia, condensada, sugerida, demediada. Dividido en la serie temporal al uso (verano, otoño, invierno y primavera), añade una quinta estación: “La melancolía/ de la naturaleza. Un bibelot”. Y lo es, porque todo se tiñe de melancolía frente al paso inexorable de las horas. Las horas, que acaso podría decir A. Machado, son esas peligrosas señoras negras. Lo negro de lo que ya no será.
Mesa Toré construye su mundo de pentasílabos y heptasílabos con pequeños detalles de tesela, para llegar hasta el mosaico de la vida, un tapiz de encuentros y desencuentros, de silencios; y su palabra apenas yacente, apenas sugerida, como aquellos cuerpos de la Galería de los Uffizi que apenas hacía falta que salieran de la piedra porque no lo necesitaban, eran cuerpos aludidos, y eran definitivos en su insinuación. Metáforas para lectores inteligentes que no necesitan masticar todas las palabras del discurso en una simbiosis en el que los elementos, los seres, las cosas se unen a la imagen, se pervierten en ellas, son ya otras cosas vistas de nuevo: “No se cansan lo perros/ de oler la luna”. Cripticismo que no oscuridad, presencia vanguardista, dadaísmo, pero también un trasfondo cotidiano de estaciones y paisajes interiores como los escenarios de Bergman. Juego de esencias, como ese “temor de la piscina/ a desnudarse” en el otoño. Acaso tránsito de simbologías, de felicidad consentida y humilde. Canto a las pequeñas cosas pero sobre todo a la proyección sensual, sensitiva de las mismas. Con su acierto de calendarios y contrastes. Un mundo para los afectos, para el sentimiento de lo chico que es el mundo.
Y la necesidad de detenernos a restaurar todo lo nuestro, lo que nos alimenta cada día y nos ennoblece, nos hace más humanos.
¡Cuánto puede dar de sí el silencio y los aburrimientos! ¡Cuánto mundo, cuánta palabra, cuánta esencia!

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