domingo, 4 de enero de 2009

LA LÍRICA DE MARÍA DE LOS REYES FUENTES POR F. MORALES LOMAS

HOMENAJE A MARÍA DE LOS REYES FUENTES (SEVILLA, 26 DE ENERO DE 2009)

La Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, en colaboración con el Área de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, rinde un merecido homenaje a la poeta sevillana Mª de los Reyes Fuentes. El acto tendrá lugar el próximo 26 de enero a las 20:00 horas en la Casa de las Sirenas (Alameda de Hércules) estará presidido por la Ilustrísima señora Dña. Mª Isabel Montaño y consistirá en la presentación de la reedición facsímil del libro "Acrópolis del testimonio" (Premio Ciudad de Barcelona 1965) en la editorial Tierra de Nadie. La mesa estará compuesta por los escritores: D. Francisco Morales Lomas, Presidente; Dña. Rosa Díaz, Vicepresidenta, D. José Ruiz Mata, Secretario de dicha Asociación y el profesor de la Universidad de Sevilla D. José Cenizo.
Rememorar a Mª de los Reyes Fuentes es una llamada de atención para una de las voces más importantes por el espléndido devenir que su obra nos ofrece desde su primer libro, De mí hasta el hombre (1958) hasta Meditaciones desde el Aljarafe (1999), dejando de manifiesto un estilo personal, testimonial y humano, sobrado de lirismo, de inteligencia y de perfecta construcción.

Rosa Díaz, F. Morales Lomas, Concejal de Cultura Ayuntamiento de Sevilla y José Cenizo


EN TORNO A ACRÓPOLIS DEL TESTIMONIO (en Obra poética, Colección Esquío de poesía, Edita Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 2002, 577 págs.)




Lo que sostiene el mundo, su esencia, su verdad plena. Piedras como relámpagos, como cimas, como testimonios, como atributos. La verticalidad de los sueños, la altura de miras de la existencia. También creer en su fortaleza, en su callosidad de vida, en su reciedumbre, en su resistencia. Resistir, ésta es la palabra, la horma que define esa Acrópolis del testimonio. La conciencia alegórica de un símbolo. Su ser en sí, su explicación sublime. Lo trascendente de esa altura que es la Acrópolis que preside nuestra vida, nuestra forma de ver el mundo desde el otero, nuestra forma de estar en el mundo desde lo sublime, testimonio, lumbre, empeño humano.
María de los Reyes Fuentes es una de nuestras escritoras más queridas junto a la malagueña María Victoria Atencia, la sevillana Julia Uceda, la gaditana Pilar Paz Pasamar y la granadina Elena Martín Vivaldi; forman el núcleo de nuestras poetas mayores y a las que todavía se les debe un estudio sereno y amplio.
Reyes Fuentes construyó Acrópolis del testimonio en 1966, cuando no se anunciaba aún la generación del 68 o los novísimos y estaba en plena ebullición la generación del lenguaje, la generación de Félix Grande, Antonio Hernández o Ángel García López... (la generación entre paréntesis).
Y edificó una poesía de enorme trascendencia metafísica y creadora. Sustentada sobre la alegoría y el símbolo de la columna, Reyes Fuentes interpreta el éxtasis y caída del todo y, en consecuencia, de la propia existencia. Es una alegoría por elevación, sostenida sobre los símbolos místicos y humanizada con sus héroes, soldados y semidioses... finalmente caídos, finalmente solitarios, finalmente perdidos...
Desde tiempos remotos una columna es la vía unitiva entre el cielo y la tierra; símbolo de la estabilidad, fuerza sustentadora: “Aquí, flor de prodigio,/ una columna puede/ salvar eternidades”. Pero más explícitamente cuando afirma: “Lo que más permanece es la columna,/ esta altiva dureza/ que si tira al suelo/ aún proporciona su gloria/ de vertical donaire”, porque hunde sus raíces de firmeza en la tierra y asciende erguida e imperiosa.
La columna es el esquema lógico-argumentativo del ciclo poético que sostiene en su poder metafórico la fenomenología de la esencia. Husserl quiso ir a la esencia de las cosas en sus estudios fenomenológicos, Reyes Fuentes la ha encontrado en el testimonio y la fortaleza lumínica de la columna, esa fortaleza lírica que crea la focalización de las esencias. Y construye templos como en «Columnas para un templo»: “Un templo es esa gracia/ que permanece altiva/ por los siglos cantando”. En el templo de Salomón también se erguían dos columnas con una toponimia simbólica: Jachim (él hace sostener) y Boaz (en él está la fuerza), estas columnas son las que están presentes en los templos masónicos, coronadas con diferentes objetos simbólicos.
También es la columna el árbol de la vida: basa como raíz; fuste como tronco; capitel como copa. Y así lo dirá en el poema que cierra, «Columnata de fondo»: “Allí nacieran fustes/ de perennes firmezas, armoniosos/ desafíos marcando./ Proporcionando gracias/ hicieran capiteles”. En ocasiones puede entenderse incluso como materialización de la figura humana, sentido en el que puede interpretarse la palabra 'capitel' de capitellum (cabeza pequeña), así como las figuras de atlantes y cariátides que aparecen alguna vez sustituyendo a las columnas. Piedras que en su dureza pueden llevar también la esencia de su caos si se sostienen sobre marmóreas riquezas o fogosas ambiciones. También la Biblia habla de columnas sobre las que descansa el mundo, y que Dios derrumbará el día del juicio final.
Acrópolis del testimonio se estructura sobre un trípode poemático y una pértiga que asciende al cielo. El trípode lo componen: «Columnas rotas» (nueve poemas), «Columnas solitarias»(nueve poemas), «Columnas para un templo» (ocho poemas), y «Columnata de fondo» (un poema). En total veintisiete poemas, siendo el tres su múltiplo. El tres es número divino, es la plenitud, la Trinidad, la forma triple de ver a Cristo: muerte, sepultación y resurrección...
Y así lo entendemos en este poemario como un proceso fenomenológico de conocimiento y comprensión de una realidad humana y también divina. La primera parte, la muerte; la segunda, la sepultación y las dos últimas, la resurrección.
En consecuencia, las «Columnas rotas» aspiran a expresar la realidad de la caída, la destrucción y la muerte. Todo se ha venido abajo y la poeta se pregunta por qué, le pregunta a Dios: “Cuánto se ha roto, Tú./ Respóndeme qué pasa/ si sólo quedan puentes destrozados,/descabaladas torres,/ castillos en la hoguera de los sueños”. Esta elegía a la destrucción se sostiene sobre la metáfora del cataclismo de la piedra (“Las piedras no son duras”, dirá la poeta), la ruina, el canto fúnebre de todo lo que ha de perecer: “Estáis heridas, muertas/ despedazadas como/ soldados en un campo sin victoria”.
La escritora en esta construcción, en esta planificación del desprendimiento y la caída planifica el eje temático de esa esperanza derruida y esos sueños rotos, los héroes que caen en la batalla, los cetros demolidos, el vacío del empeño humano: “Ahora ya sé/ por qué vienen abajo los imperios/ por qué caen las rocas/ tiemblan los poderíos”. El imperio de la luz, el imperio de la roca, la fortaleza de lo creado se sustenta en un hilo de esperanza que sucumbe, cae decapitada, capiteles decapitados, capiteles sin cabeza.
Las «Columnas solitarias» encierran el misterio de la sepultación. ¡Qué solos se quedan los muertos! La solitaria espera de lo etéreo, columnas solas, solitarios árboles..., el vacío que se va apoderando de las lápidas: “Allá lápidas fingen/ como blancos sudarios”. Imagina la alegoría de los héroes que buscaban la inmortalidad, sublimes locuras, semidioses que entre sí se despedazaban y están ahora condenados a la soledad: “Han caído los héroes”. La soledad como derrota, la soledad como silencio, como desplome, como brindis a lo desconocido, al monumento trágico del derrotado héroe rendido. Las piedras son memoria del todo, memoria del alma del mundo, ahora solitarias, ahora demolidas en su cima de nada: “Aquí es la soledad –cima de historias-,/en columnas deshechas,/ ilusiones hundidas,/ esperanzas que al fin se nos perdiesen”.
Y, por último, la resurrección, la reencarnación, el retorno en «Columnas para un templo». El prodigio instaurado que canta la gracia. Se instaura la perennidad. Ahora la columna no es piedra sólo, es esencia que construye la metáfora del templo, el sueño edificado, el nuevo horizonte que se alza y levanta su rumbo de vida y proclama la eternidad: “Cualquier pedazo de éstos/ nos sirve el testimonio/ de bellísima acrópolis”. Esta acrópolis construida sobre la esencia de la fuerza, la gracia de las cariátides y la armonía de los atlantes. Ahora el tiempo ha cambiado su rumbo, su esencia, no hay templos derribados, sino que muy al contrario se está resucitando el grito, “reedificando el templo”. La esperanza se apodera de la construcción y su esencia lumínica, sonido que asciende, la gloria del momento, y presidiéndolo la poesía que ahora se refugia, se guarda en sus entrañas: “Oh fecunda cascada/ tu emoción a raudales,/ oh tu siempre encendida/ lámpara del ensueño,/ oh luz que, prodigiosa,/ por tantas veces puedes/ salvarte entre ruinas”.
Es el triunfo definitivo de la luz, y vale hasta la última roca convertida en ceniza, la columna que permanece y canta su vertical donaire. Y siempre, en el último poema el esfuerzo como una antorcha: “Por gradas de imposible ascendiendo”.
Esta es la fuerza de la palabra que al fin resucita y se hace columna perenne.

Cuánto se ha roto, Dios.
Tú que lo sabes,
dime por qué se agrietan las columnas,
se pudren los cimientos,
se desploma el palacio
donde pusimos oro, plata, bronce,
cerámica, cristal, flores y fuentes,
con el primor, la entrega
de eternidades casi.

Cuánto se ha roto. Mira
por dónde los pedazos, ese polvo
que levantan las casas derribadas,
las carreras salvajes
de potros que se pierden a lo lejos,
por horizontes en que el viento llora
quién sabe qué desvíos.

Cuánto se ha roto, Tú.
Respóndeme qué pasa
si sólo quedan puentes destrozados,
descabaladas torres,
castillos en la hoguera de los sueños.

Por estas avenidas
donde pasaran toros, huracanes,
se erigieran estatuas
conmemorando esas
invasiones solemnes,
yo sobre las ruinas te pregunto
qué fue del templo aquél, de aquella roca
donde esculpí mi grito.



El río es como un brazo de justicia
con su sentencia al fin: el tránsito, el ejemplo.
Y en todos los rincones de la tierra
brotan los ríos y los hombres, que fluyen, y discurren,
que abocan en su mar tan sentenciado
definitiva fuente donde hundirse
con el desgarramiento de la huida .
Que el hombre, como el río, es un curso, una fuga,
un arrepentimiento, que primero avasalla
y se agazapa a veces, pero sigue adelante,
en la inútil carrera del minuto a minuto.
Los hombres o los ríos, disparados,
van hacia la constancia de un camino
que les lime las rocas
y les haga contornos de dulzura.
Se desvían sus fuerzas
y hacen marca distinta a la soñada,
la que pudo haber sido pero que se resiste
y allí en la resistencia abandonamos,
o golpeamos mucho,
como pasión segura de todas las razones,
o se deja lamida,
con nuestro gusto, así, para que sepa
al testimonio fiel de última instancia.
Y el río es como un trámite vigente,
y un hombre es como un río,
de la raíz del tiempo al polen mas alado,
de raíz de raices, de la sorpresa al mar.
Hay ríos pequeños y sin lucha,
que llevan la paciencia de enarbolar silencios
sin leyenda o razón que atribuirse.
y hay ríos que son grandes, como este que discurre a mi costado
y que lo sé común a tanta entraña,
con brazos extendidos de ambición o de ensueño,
con ansias de domar a las hirientes peñas
con virtud de caricia si por el tierno valle,
bebiéndose el tesoro de toda Andalucía,
trazando la rúbrica por este Sur de España,
mientras que salta el aire de una sierra a otra sierra
pero él sigue y persigue por su fluida columna
que busca la sentencia del Océano,
la meta irremediable
de donde han de brotar, ay sí, las nuevas aguas,
porque el río delata su parecido al hombre.
Y se hace la justicia de su curso,
su curso por la tierra, por la historia,
y no hay mutilación que nos lo niegue.

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