sábado, 10 de mayo de 2008

EL SOL DE LA DECADENCIA DE LUIS ANTONIO DE VILLENA POR MORALES LOMAS


Existe en muchos escritores homosexuales una propensión frecuente a convertir sus obras narrativas en objeto de sus tendencias sexuales. Los casos emblemáticos serían los de Eduardo Mendicutti o Álvaro Pombo. Este mismo es el centro de El sol de la decadencia (2008). El sexo del hombre y la belleza como elementos que actúan al unísono para conformar la identidad de una obra. Esta obsesión por los temas sexuales procede, a mi modo de entender, como una respuesta ante esa constante represión de un conjunto de conductas ajenas a las reinantes en la moral del momento. De hecho dirá en la obra: “La sociedad homosexual (hecha de resistencia y de ocultos y deseados prestigios) no coincide de pleno con la sociedad heterosexual, que es básicamente lo que se ve al día. La clandestinidad, que por supuesto la ha ensuciado e infamado, la ha hecho también más libre”. La defensa irrefrenable de la homosexualidad así como de la belleza, el hombre, el amor y la juventud forman un continuum, al unísono son la única razón de la existencia, porque sólo en ellos se mantiene la esencia del ser humano. Era también la constante de Wilde en El retrato de Dorian Gray, a quien sigue en el espíritu: “Existen la juventud y la belleza (...) porque son lo único todavía constatable de una remota –o futura- verdad del mundo”, dirá Sheen en la obra.
En El sol de la decadencia desarrolla la historia del caballero inglés (se decía hijo menor de unos aristócratas divorciados) afincado en California, Alfred Sheen o Alfred Taylor, un decorador de éxito que llegó a Hollywood en 1919, novio secreto de Marlene Dietrich, con la que intercambiaba parejas: él le traía chicas a ella y ella le traía chicos a él. Sheen manejaba una red de muchachos que alquilaba o cedía a gentes ricas y famosas del mundo del cine. Sheen, con setenta y un años, contrata al joven Phil en 1940 (en el final casi de su vida) para la elaboración de sus memorias. Le acompaña su amigo y novio Toby, que también caerán presos de sus zarpas de afamado conquistador de jovencitos. La obra está construida técnicamente desde diversos puntos de vista, tanto en primera persona, a través de la voz del propio Sheen o Taylor, como en tercera persona omnisciente, o a través de las voces de Phil o Toby, como testigos o depositarios de los secretos de Sheen. Esta simbiosis entre la heterodiégesis y la homodiégesis provoca una multiplicidad de puntos de vista que enriquecen la obra y le dan una solvencia narrativa deseable. Cuando muere Phil, hacia el final de la obra, será Toby el encargado de dar fin a esta novela que expresa la decadencia del título: un hombre que estuvo en la gloria máxima para acabar finalmente olvidado, loco... En realidad, Alfred Taylor fue un personaje real que fue condenado a la misma pena que Óscar Wilde y, como él tendrá un final pedigüeño y misérrimo, y del que se perdió la pista finalmente. El libro que finalizará Phil llevará por título Días dorados. Mi vida en Hollywood. A medida que se construye el rostro y la existencia de Sheen vamos descubriendo su interpretación de la existencia y la verdad que encierra esa constante búsqueda del cuerpo joven y vigoroso del hombre, su juventud, su deseo...: “Fuera del placer no existe vida. Sólo el placer da sentido al mundo, aunque haya a la vez decepción y hastío”. Lo que permite adentrarnos por una tipo de narrativa donde la argumentación y la exposición en torno a estos grandes temas es constante, aunque en determinados momentos podamos hallarla un tanto reiterativa y envolvente, como si el escritor estuviera girando la misma peonza continuamente. Por esta surgen personas tan conocidas como Óscar Wilde, que aquí aparecerá como amigo de Sheen, el novelista William Somerset Maughan (que tenía un secreto: coleccionar fotos de jóvenes), la relación del famoso actor Rodolfo Valentino (que quería a Ramón Novarro pero soñaba con muchacos rudos que le recordaran el mundo vivido en el sur de Italia), con Greta Garbo, lord Wikefield y los uranistas, pero también sus innumerables amantes, su insatisfacción. De ahí que siempre se halle como eterno emblema la constante reflexión en torno al amor, el deseo, la juventud y la felicidad.


Villena, Luis Antonio de: El sol de la decadencia, El Aleph Editores, Barcelona, 2008, 285 págs.

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